domingo, 3 de mayo de 2009

De puentes

Efectivamente los puentes están para cruzarlos, se tienden los puentes desde una orilla a otra, desde un monte a otro, desde una país a otro: la amistad y el mar están llenos de puentes. Desde su balcón, porque los puentes se levantan para admirar paisajes rotos por la erosión de los rios o antiguas glaciaciones, nos asomamos y permanecemos en ellos como gatos, mirando mitad adormilados hacia el frente, viendo como el sol cae antes de bajar el telón estrellado de otras dramatizaciones.
Pero los puentes tienen otras utilidades y circunstancias adheridas: sobre ellos, bajo ellos, y a través de ellos. Sobre los puentes de las autovías, estos menos paisajísticos, miles de aficionados domingueros comen pipas a la espera sonora de las motos gepés en su vuelta de Jerez. Caballos metálicos con uno o dos jinetes.
Otro lugar está debajo del puente, espacio residual donde se van a a vivir los sin techo o los con hipoteca acumulada. Duermen bajo ellos los nuevos cavérnicolas retratados en los periódicos.
Para finalizar, lo hacemos a través de los puentes. Hay una fobia, que nombra Roberto Bolaño en 2666, que es el miedo a cruzar los puentes, la gefidrofobia. Las personas los cruzan a toda prisa por miedo a que este se caiga, es más fácil creo yo, que te caiga una maceta en la crisma, pero bueno, para eso es una fobia. Unos y otros van con casco de seguridad, por si la catástrofe. Centuriones a la espera del cataclismo, avisados por algún Nostradamus.

Tanto los de arriba, como los de abajo, como los que lo atraviesan con o sin miedo, intentamos pasar lo mejor que podemos el domingo de puente vacacional.

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