lunes, 15 de junio de 2009

Reencuentro

Recién llegado a casa de un viaje de varias semanas o varios meses cuesta reconocer al primer contacto visual a la persona que dejaste esperando noticias tuyas. No hay tiempo de dar explicaciones a lo inmediatamente visible: el límite del amor está en el campo sensorial compartido y momentáneo y fuera de él no hay nada. Ambos habéis crecido por vuestro lado durante este tiempo, habéis seguido distintos ayunos y actividades y fundamentalmente habéis estado sometidos a distintas presiones vitales. El encuentro está presidido por unos nervios incontrolables que se sueltan en una primera palabra, en un primer abrazo que hoy no recuerdas, probablemente un hombre y una mujer desconocidos que intercambian un cómo estás o un he pensado mucho en ti. La complicidad puede quedar almacenada en esa vida paralela que decidiste no acompañar con tu cuerpo. Te cuesta articular palabra y aún más explicarle que para ti ya no es la misma persona, es una versión corregida de su yo tuyo anterior, ahora para ella y sus necesidades, y no para ti. Es recíproco el interés por establecer comparativas entre el antes y el después, su pelo ha cambiado y sus cejas y el entorno de su cara, ahora más definido y maduro, pero vivirlo en primera persona es aterrador, es terrible la noche previa, el camino hacia el lugar de reencuentro, cuando no se puede escapar a la cita con esa muerte anunciada. La vida se puede compartir o no, a veces se elige la soledad por necesidad o por capricho, cuando despertamos o cuando dormimos lo decidimos, y no sin cierta duda: la inexorable lección de que solo nos tendremos a nosotros mismos frente al espejo.

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