martes, 9 de junio de 2009

Llegar al propio país

Existe un museo de la inmigración en Barcelona y por lo que veo en google uno de la emigración gallega en Buenos Aires, cada loco con su tema y con sus homenajes; cada día cierran sus puertas y se quedan en silencio, olvidando las razones económicas que las propiciaron, siempre el hambre, de lo que sea, maldita hambre. En el museo de Barcelona van a exponer próximamente y restaurados los trenes que llevaron a los primeros inmigrantes andaluces a Cataluña, me los imagino atestados de familias con lo puesto, cuidando de sus pertenencias, los pequeños ahorros de toda la vida, maletas abolladas y un desconocimiento enorme, sobre todo, insonorizado y en blanco y negro del futuro. Todos en el sur conocemos a alguien que iba allí, como si de todos los sures del mundo salieran trenes que crujen en lugar de llorar al pasar por estaciones de pueblo desvencijadas y lejanas, lo sabemos los del sur. Guardando las distancias hoy vuelve a pasar lo mismo, los trenes que antes tardaban veinticuatro horas en cruzar España ahora lo hacen en apenas cinco, las familias que antes abandonaban sus casas solo para volver a los entierros o algún verano, son ahora chicos de veintitantos huyendo de un paro endémico que obliga a seguir siendo niño o mileurista. Todas, absolutamente todas estas vidas llevan gasolina diesel en el depósito y la necesidad de realizarse como personas, lo que en casa se les negó. A lo mejor me equivoco, por pocos creo, pero se ve en las caras de lo inmigrantes, como yo, me siento extraño diciendo esto, en el autobús de los viernes, en el ave de los domingos, volviendo o partiendo de casa, de la verdadera casa, en silencio, la melancolía de aquellos que se dejaban algo hace cincuenta años, aunque aquellos se dejaran mucho más.