
La verdad ya es verdad, superman murió junto a Christopher Reeve. Y no es que su sustituto no haya superado las esperanzas puestas en él para una nueva secuela de la saga, asunto harto imposible, sino que murió junto a las cabinas telefónicas, esas peceras con puertas imposibles que poblaban las calles de nuestras ciudades. Ya no podía Clark Kent mudarse de piel, y primero quedó postrado en una silla de ruedas para ir apagándose poco a poco.
También es verdad, me consta, que el tímido e introvertido periodista se transmutaba en otros personajes, al menos en el imaginario colectivo y popular, todos y cada uno con su particular Kriptonita. Esta es una época que fabrica héroes a patadas y los engulle a su antojo con un ritmo vertiginoso.
Para ilustrar esta idea se me ocurren ahora mismo tres personajes. El germano Günter Grass, que perteneció a las SS en su verdor y al que quisieron emparedar junto a sus novelas en media Europa. Instantáneamente olvidado fue el ostentoso ciclista italiano Marco Pantani al que los vampiros crucificaron antes de ganar su segundo Tour, “il pirata” se abandonó entonces a su suerte. Frustración de toda una generación de antropólogos fue Bronislaw Malinowski, tras conocerse en sus diarios que odiaba a los indios con los que paso gran parte de su vida. Ellos y muchos más no supieron encontrar quizá esa cabina en la que protegerse y cayeron sobre la faz de la tierra, junto a los demás mortales. Salvar al mundo de las patrañas de Lex Lutor no estaba en sus planes, y aun menos mirar alrededor para comprender que los estaban observando desnudos. Al menos, superman disimulaba cambiándose de ropa en el probador de las cabinas.
También es verdad, me consta, que el tímido e introvertido periodista se transmutaba en otros personajes, al menos en el imaginario colectivo y popular, todos y cada uno con su particular Kriptonita. Esta es una época que fabrica héroes a patadas y los engulle a su antojo con un ritmo vertiginoso.
Para ilustrar esta idea se me ocurren ahora mismo tres personajes. El germano Günter Grass, que perteneció a las SS en su verdor y al que quisieron emparedar junto a sus novelas en media Europa. Instantáneamente olvidado fue el ostentoso ciclista italiano Marco Pantani al que los vampiros crucificaron antes de ganar su segundo Tour, “il pirata” se abandonó entonces a su suerte. Frustración de toda una generación de antropólogos fue Bronislaw Malinowski, tras conocerse en sus diarios que odiaba a los indios con los que paso gran parte de su vida. Ellos y muchos más no supieron encontrar quizá esa cabina en la que protegerse y cayeron sobre la faz de la tierra, junto a los demás mortales. Salvar al mundo de las patrañas de Lex Lutor no estaba en sus planes, y aun menos mirar alrededor para comprender que los estaban observando desnudos. Al menos, superman disimulaba cambiándose de ropa en el probador de las cabinas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario