lunes, 4 de agosto de 2008

MICROCKRELATOS paranoid android/androide paraoide

El androide dedica la totalidad de la luz a buscar en la intemperie alguna unidad modular semejante a los de su biota celeste. La plataforma cósmica que lo trajo ha agotado el combustible a una velocidad anormal debido a la gravedad terrestre, y todas las píldoras que le alimentaban con solo pronunciarlas, han desaparecido de soñarlas. Poco o nada le dice este mundo escondido de las estrellas al que ha llegado por necesidad casuística, aún cuando no estaba este lugar en su cuadrante de ruta. Se hubiera estrellado. Precisa de semicírculos de óleo con los que aprovisionar los depósitos de la nave y expandir la continuidad temporal para la que fue preparado. Irse de aquí en un salto de millones de kilómetros incontrolados hasta que deje de tener contacto orgánico con los suyos, un experimento por el que Mluggig, que así se llama el extraterrestre, nunca preguntó los propósitos, le sugirieron una especie de paralelismo dimensional como supervivencia cuando la cobertura desapareciera, contrato que aceptó a cambio de comunicación constante, incluidos gestos, con la estrella tercera de Oqcomp, anillo planetario al que pertenece. Aunque sea en estado vegetativo.

Pero antes de cualquier búsqueda vuelve a la nave, siente frustración por el ruido ensordecedor que late desde dentro, una alarma que le avisa que lo que busca no está cerca. Se aplica una especie de fieltro para amortiguarlo. Alguien le ayuda a tapar sus pabellones auditivos, aunque primero le susurra su nombre al oído, Víctor, Víctor. Es el ruido quien le llama -Déjame inyectarte-.

Víctor sostiene con una lucidez que aparece a veces, cuando separa el androide que se cree de la persona que fue, que la entreplanta psiquiátrica del hospital es un pabellón en el que Mugglig resiste el eterno retorno de la Gran Explosión soñando píldoras de litio.

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