miércoles, 16 de julio de 2008

Mentiras

Estamos acostumbrados a manejar la mentira como a andar por casa en zapatillas de paño. Nos movemos en ella, en su trastienda, unos con el disfraz impertinente del político audaz dispuesto al discurso senequista, a capotazo limpio, un día contra la enjundia de seres molestos, adversarios conocidos del barrio y de las copas, con falta de pedigrí para saber más de lo que se debe, y al siguiente, en oposición territorial a cualquier jefe de recursos humanos que nos menosprecie de no tener un título ‘advanced in english’ para desarrollar las amplias argucias de un puesto de cuentista-comercial de una gran empresa. Sí, nos escondemos entre bambalinas y preparamos una arenga que pretenderá resultar a la par convincente y espontánea, inteligente y evasiva, que se escape de las garras del interlocutor vivita y coleando, asumiendo desde el primer momento los matices con los que los axiomas configuran la realidad. Esta realidad artificial del marketing y la publicidad.
Quién sabe por qué ciencia de supervivencia ahorramos la verdad en un entreverado ejercicio de desconfianza y ocultamiento. Para decir lo que uno no piensa es mejor callar, diría el inventor de refranes que nos dejó el popular ‘en boca cerrada’. No, lo mejor evolutivamente hablando es mentir. Si no que se le cuenten a nuestros padres, dispersos al intentar discernir entre los cuentos chinos y los de calleja, los aprobados en matemáticas o los de historia. ¿Será quizá porque cuando recordamos mentimos y hablar es el simple gesto de recordar lo que hemos pensado, o es la necesidad de nutrir la imaginación con cosas que nunca seremos?

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